Hay que reconocer que la noticia es propicia para titulares ingeniosos. Con una salvedad, este Watson no es doctor ni evoca al personaje de Conan Doyle, sino a Thomas J. Watson, fundador de IBM cuyo nombre lleva el centro de investigación fundamental de la compañía. Además, habría que desconfiar del cronista que ha escrito que Watson curará el cáncer: todo lo más, asistirá a los oncólogos en el procesamiento y digestión de la información en la que basan diagnósticos y tratamientos. Este Watson es un ordenador, entrenado por humanos para servir como auxiliar de humanos. Según se estima, ha alcanzado el nivel de un estudiante de segundo año de medicina; no está mal para una máquina.
El gran momento de fama de Watson, el superordenador de IBM, se remonta a febrero de 2011: ganó un popular concurso de televisión estadounidense cuyas reglas privilegian la velocidad más que el conocimiento: es un sistema diseñado para asociar ingenentes masas de datos y responder preguntas. En 24 meses, su velocidad se ha duplicado y el espacio que ocupa se ha reducido; lo que muchos se preguntaban (cuál sería su primera aplicación realmente útil) ya tiene respuesta. La semana pasada, IBM anunció que ha trabajado con el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center (MSK) para alimentar la memoria de Watson con 600.00 ´evidencias médicas`, extraídas de miles de historias clínicas, y más de dos millones de páginas de literatura académica sobre el cáncer. Hasta ahora.
Según el marketing del MSK, la literatura médica se duplica cada cinco años, y un profesional necesitaría 160 horas semanales de lectura para asimilar lo que se publica continuamente sobre oncología; sería imposible, pero Watson puede hacerlo y, además, no necesita dormir, dicen los responsables del centro. Con tanto caudal de información, Watson echa mano (es un decir) de su capacidad de interpretación y sugiere las opciones de tratamiento que podrían aplicarse en los casos clínicos sobre los que se le consulte. Gracias a su aprendizaje de la jerga médica, da las respuestas en lenguaje natural (es decir, en inglés). Por otra parte, es capaz de procesar datos no estructurados, que han sido diseñados para ser consumidos por humanos, no por ordenadores.
No obstante, la habilidad del superordenador para asimilar reglas subyacentes ha salido mal parada del experimento del Watson Research Center en el que se intentó incorporar en su portentosa memoria un diccionario de slang urbano: efectivamente, consiguió aprender el léxico y la sintaxis, pero no fue capaz de apreciar los dobles sentidos ni la intención jocosa u ofensiva con las que puede usarse un mismo vocablo. En fin, lo que Watson había aprendido fue borrado de su memoria, algo que no hubiera ocurrido con un ser humano.
Tanto IBM como sus partners clínicos – otros son el hospital Cedars Sinai y la Cleveland Clinic – han creído imprescindible aclarar que el ordenador no diagnostica ni prescribe, tareas que siguen a cargo de los especialistas. En las entrevistas que ha concedido, Manoj Saxena, director general de Watson Solutions en IBM, insiste una y otra vez en que «Watson no toma las decisiones, sólo ayuda a quienes han de tomarlas». La elección del cáncer como tema de su primera aplicación «no se debe a que sea más fácil, que no lo es, sino al impacto social que puede tener».
Esta frase de salvaguarda adquiere sentido si se piensa en el inesperado dilema ético-jurídico que introduce el nuevo papel de la máquina. ¿Quién sería responsable si Watson recomendara un tratamiento, el hospital lo aplicara y el paciente muriera como consecuencia de un error de diagnóstico? «El médico, sin duda», dictamina Saxena.
Otras empresas tecnológicas, especialistas en business analytics, se han interesado en las necesidades del sector sanitario. Pero Watson es otra cosa: su «inteligencia» no es determinista sino probabilista. La diferencia esencial con otras herramientas de soporte a la decisión es su capacidad de seguir aprendiendo. Y esto no es comidilla mediática: para IBM, aparte del impacto social del que hablaba Saxena, es una oportunidad de seguir explorando lo que denomina «próxima generación de computación cognitiva». Un primer paso; junto con otros partners, la compañía trabaja en otros campos no afines, como los seguros, la banca y las telecomunicaciones.
Los seguros ya son parte de la primera hornada, gracias al acuerdo con Wellpoint, una corporación de seguros de salud que cubre una de cada nueva pólizas de este tipo contratadas en Estados Unidos. Es un negocio gigantesco en un país donde la salud es un negocio privado. Y tan privado. En un vídeo al que IBM ha dado difusión en su web, el CEO de Wellpoint se explaya sobre los ahorros que podría lograr su compañía mediante la optimización de los diagnósticos de los asegurados y la reducción de fraudes. Según las estadísticas, en aquel país se registran 1,6 millones de nuevos casos de cáncer por año, pero sólo una minoría puede permitirse el coste de un tratamiento; por eso, muchos pacientes sin recursos se apunta a participar de ensayos clínicos a cambio de la gratuidad del tratamiento.
Watson no está en venta. IBM alquila sus capacidades bajo la forma de un servicio cloud que, se supone, estaría a disposición de la comunidad científica. Sin salir de la medicina, los próximos campos serían la diabetes y las enfermedades coronarias crónicas.